ME GUSTA

 

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Hace años, escribí las cosas que eran importantes para mí. Mis «me gusta». Hoy, siguen tan vigentes en mi vida como entonces. Tan solo he añadido dos puntos más a la lista.

Me gusta inventar historias, proyectarme en lo que escribo y dejar algo de mí en ellas.

Me gusta envolverme en la niebla de la nostalgia,  añorar lo que deseé y  no sucedió, y  después disiparla con rayos de esperanza.

Me gusta abrir los ojos a un nuevo día con la curiosidad intacta; aprender, soñar. Dejar que la vida se pronuncie y me sorprenda confiando que mis sueños se harán  realidad.

Me gusta bailar  y expresar con mi cuerpo lo que me susurra la música al oído. Acariciar, transmitir sentimiento con mis manos, curar por fuera y  por dentro.

Me gusta llenarme la boca de fresas con nata, el chocolate amargo y los helados de limón. El olor del viento del norte, los puestos de castañas en las calles, en otoño, porque me devuelven a mi niñez. El mar embravecido al anochecer, sentir  la furia del viento zarandear mi cuerpo y  el aroma de naranjas en mis manos.

Me gusta la música: envuelvo con ella mi vida.  La necesito del mismo modo que el aire que respiro. La intercalo con espacios de silencio para oír mi voz interior y sus sonidos.

Me gusta ser cómplice de mis hijos,  ver que la semilla que planté en sus corazones ha crecido, devolverles a la vida y comprobar que ya saben volar solos.

Me gusta estar a la sombra de la luna, dormirme con Sibelius, Mahler, Mozart, Chopin…  llorar con Serrat añorando a Lucia y profundizar en el alma humana con Sabina

Me gusta atrapar  un instante, una vivencia, guardarla para siempre y recrearla después a mi voluntad.  Envolver mi vida en un manto mágico saliendo y entrando de él a mi antojo.

Me gusta escandalizar a los hipócritas.

Me gusta el sonido del piano, del violín, del violonchelo, del saxo, del acordeón  y poner música a mis palabras. Dejarme arrastrar por la cadencia del Yazz y del Blues. Vibrar con Eric Clapton,  Dire Straits,  Pink Floyd, y con la voz sugestiva de Leonard Cohen.

Me gustan las librerías de viejo,  esconderme en las páginas de un libro y sumergirme en vidas ajenas haciéndolas  propias.

Me gustan los colores del otoño, la nieve, perderme en la niebla, caminar por la montaña,  oír su voz,  tocar la tierra con las manos para sentir su  energía,  recargar mi espíritu y contarle mis secretos.

Me gusta escuchar el parloteo del agua de los manantiales, y el de mis viejitos y mis niños, cuando en la consulta esperan mi llegada.

Me gustan los ojos limpios de Lorenzo, que a sus 85 años aún  no se cansaron de mirar la vida y sorprenderse con ella.

Me gusta reunir en casa, con cualquier disculpa o sin ella,  a mis amigos;  compartir una buena cena regada con  vino tinto.

Me gusta romper las cadenas del pasado que no me dejan ser libre, y las que me impiden crecer y aprender en mi presente. Tejer ilusiones y sueños, y cubrir con esa red a las personas que amo. Sentir esa mano amiga en mi espalda cuando mis fuerzas flaquean. Buscar mi imagen reflejada en el espejo de los que me miran. Vivir intensamente aun arriesgo de sufrir.

Me estremece comprobar que lo que ansió mi corazón apareció cuando menos lo esperaba, y que se hizo realidad en el mismo instante que me miré en los ojos del hombre que amo.

Me  emociona experimentar, día a día, que el amor y la pasión, a pesar  de los incrédulos, no tiene fecha de caducidad.

Me gusta comerme la vida a mordiscos.